LA EXPERIENCIA DE LA “SAUNA”
(Víctor Raúl Haya de la Torre)
Quien
visite Finlandia y divise algunos de sus mil seiscientos lagos descubrirá
pronto a sus orillas –y en las del mar en ciertas ensenadas y bahías menores-
unas cabañas hechas de troncos y gruesas tablas que avanzan hacia el agua y
rematan, en descenso a ella, con una escalerilla. Sobre los planos inclinados
de los techos rústicos aparecerá casi siempre una pequeña chimenea. Y si el
viajero tuviese la paciencia de contar una a una estas construcciones, casi
siempre aisladas, comprobaría –a tenor de las estadísticas- que hay 350 mil de
ellas esparcidas por todo el país.
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Bandera declarada oficial el 29-05-1918 |
Son
las “saunas”. Vale decir los cuartos de baños de calor que los finlandeses
construyen siempre antes de comenzar la edificación de su casa y que, en la
guerra, los soldados tratan de improvisar en cualquier paraje donde hay bosques
y agua. La “sauna” es un cuarto todo de madera, generalmente con una sola
puerta, dentro del cual hay unos escalones, dos o tres, para sentarse y un
horno de piedra o de hierro que irradia el calor. Entre los campesinos también
existen las llamadas “saunas de humo”, sin chimenea. Pero, unas más
ennegrecidas que otras por una prieta pátina que bruñe las gruesas tablas de
los muros, todas son un poco oscuras. Las ventanas, no muy grandes, tienen
cristales, a menudo dobles, y el pequeño recinto queda así herméticamente
cerrado cuando la puerta se junta.
La
“sauna” es una institución tradicional y comarcana finlandesa, y el testimonio
del secreto orgullo de este pueblo de ser “el más limpio del mundo”. En
Finlandia no sería necesario –como en la cosmopolita París- pulverizar perfumes
en los trenes subterráneos para conseguir la desodorización de sus atmósferas.
Lo que Rubén Darío llamaba “el público municipal y espeso”, en Finlandia carece
de aplicación en cuanto al segundo epíteto. La “sauna” es el baño integral y
los finlandeses creen, con razón, que solamente cuando se pasa por sus calores
descubre el ser humano –aún el civilizado que diariamente usa la ducha- cuán
avaros son los poros de nuestro cuerpo al hacer de la epidermis un reservorio
de materias indeseables.
Hay,
además de las privadas, “saunas” públicas por todas las ciudades y aldeas de
Finlandia. En éstas, -desde las más caras y confortables como las de los
grandes hoteles, hasta las de la extensa clase media- se cumple íntegro el rito
que llamaríamos “saúnico”. Entra el bañista al cuarto caliente y tiene, al
comienzo, una sensación infernal –si así es el infierno- o por lo menos
tostadera. Pero al entrar recibirá un ramo de hojas que llaman “vasta”, el cual
sirve para azotarse como un penitente hasta que con tantos y tantos ramalazos,
la piel amoratada comienza a transpirar. Y es este el momento en que se recibe
la primera sensación grata del baño; cuando es, a borbotones, un baño de sudor.
En algunos hornos, para aumentar el calor más todavía, se verterá un poco de
agua; pero, por lo general, la temperatura crece por sí sola y el bañista, si
se siente un tanto atolondrado, puede empaparse un poco la cabeza con agua
fría.
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Extensión es de 338,145 km2, con 304,623 km2 de tierra y 33,552 km2 de aguas continentales. |
Pasadas
una buenas horas, en las “saunas” públicas –incluyendo las de los lujosos
hoteles- vendrá la liturgia del jabón. Y para cumplir esta tarea aparecerán,
con gran sorpresa de los neófitos, unas matronas blancas de edad otoñal –un
otoño a veces de las primeras nieves- que recubierta de unos delantales
adecuados avanzarán hacia el bañista para enjabonarlo. Si éste se sorprende y
trata de eludir la indiferente mirada de la dama, ella le dirá –en inglés para
el caso de quienes lo hablen- que se quede tranquilo, pues ella ha puesto jabón
sobre las espaldas del príncipe tal, del duque consorte cual, del político
mengano o de las estrellas fugaces del deporte y el cine, equis o zeta. Y
mientras va hablando, la mano avezada cumplirá pulcramente su tarea. Hasta que,
con una reverencia que el bañista inexperto retornará un poco de soslayo, la
dama se despedirá.
Y
aquí viene la etapa sorprendente: el bañista, si está cerca de un espacio
abierto donde hay nieve o un lago semi-helado, saltará de la “sauna” y se
zambullirá en el agua o se revolcará en la nieve. Y hará esto una, dos, o tres
veces, regresando cada vez al cuarto caliente. Hasta que, laxo y satisfecho,
buscará una ducha helada a casi cero grados –y tras ella se enjugará y vestirá
para quedar, sin exageración, convertido en un ser semiaéreo, angélico, libre
de malos pensamientos y, generalmente, con un hambre de conmilitón de
dictadura.
Mi
primera experiencia de la “sauna” en Finlandia, fue en un hogar norteamericano.
Un distinguido periodista y diplomático de sangre escandinava, Mr. Lorimer Moe,
me invitó a la manera finlandesa, a cenar en su casa pero, a pasar primero por
la “sauna”. A las afueras de Helsinki, en una isla bellísima, mister Moe tiene
su casa y su baño bordeando el mar que flanquea apretados bosques de pinos.
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La sauna es para la mente. Realmente ayuda a calmarse en una sociedad moderna donde nunca se está tranquilo (Jarmo Lehtola). |
Mientras
la dueña de la casa y las damas invitadas conversaban en el salón de recibo,
nosotros –Mr. Moe, el signore Boris Aquarone, corresponsal de “Stampa” y el
“Tiempo” de Roma, un corresponsal del “Chicago Tribune” y yo- bajamos a la
“sauna”, esta vez de horno eléctrico. Claro está que aquí no hay matronas que
enjabonen. Pero el proceso es el mismo. Los bañistas se sientan en los
escalones y charlan y ríen y sudan. Se aplica los ramalazos quien quiere, pero
transcurrida una media hora, acontece lo más grave: el dueño y anfitrión de la
casa sale de la “sauna” y se lanza a un talud de nieve que desciende al mar.
Mr. Moe, vuelve todo de color púrpura y lo sigue el corresponsal italiano,
luego el de Chicago, y luego yo.
Desde
entonces creo que la de la “sauna”, con sus varias etapas, es una bella
experiencia. Pero, la más exultante, es la de la nieve. Luego, la ducha
frígida, que epiloga todos los actos del baño. Después de él, el hombre se
siente bueno, sano, juvenil; y piensa, por un momento, que el resto del mundo
necesitaría una “sauna” para curarse de miedos, de amarguras, de rencores, de
maldades.
Helsinki,
mayo de 1955
MENSAJE DE LA EUROPA NORDICA
V.R. HAYA DE LA TORRE
EDICIONES CONTINENTE
BUENOS AIRES, 1956
Ppgs. 90-92
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