viernes, 7 de agosto de 2015

INTERPRETACIÓN DEL 28 DE JULIO

INTERPRETACIÓN DEL 28 DE JULIO (*)

Por: MANUEL SEOANE CORRALES

Proclama del 28 de julio de 1821 en Lima
Obra del artista Juan Lepiani
Para nosotros el 28 de julio no es un pretexto para enfundarnos un chaqué, colocarnos un tarro en la cabeza, una escarapela en la solapa y echarnos a caminar por las calles saludando a los amigos.
El 28 de julio es un alto en la lucha, que nos sirve para mirar hacia atrás, balancear el presente y tender nuestros proyectos para el porvenir. El 28 de julio no es una fiesta, en el sentido expansivo y frívolo de las fiestas criollas. El 28 de julio es un día de meditación y de civismo.
Frente al aniversario de la Independencia, analizamos esa independencia. ¿Ella ha sido completa? ¿Ella ha sido celosamente mantenida? ¿Nuestra existencia como país independiente ha respondido a los ideales de sus fundadores y a las necesidades elementales de las mayorías nacionales? Así nos preguntamos en esta hora, cuando otros sueltan su holgorio y destapan su champaña.
Digamos, ante todo, que la independencia significa un cambio en los nombres. Para las mayorías nacionales lo fundamental era la independencia económica individual, única y verdadera base para la independencia integral. ¿Qué ganaba el peón indígena con que su dueño no fuese gachupín sino criollo? ¿Qué diferencia podía encontrar si sus reclamos en vez de ser apagados con arcabuces coloniales eran aplastados con fusiles republicanos? Los tres millones de indios que viven en las serranías del Perú no sufrieron un cambio en su vida. Los latifundistas triunfadores construyeron un Estado a su antojo. Y los gobiernos civilistas no fueron sino la continuación económica e intelectual de los viejos virreyes españoles. Para que la independencia hubiese significado un cambio integral en la armazón del país, y  consiguientemente una libertad integral para todos sus habitantes, habría sido preciso que el cambio afectase a la estructura económica del Perú. Pero esta no se hizo. Sobre las bases de una realidad agrarista de tipo latifundiario se cimentó una república inspirada en la ideología de la revolución francesa. Como ha dicho Haya de la Torre, el señor feudal arrojó su traje de seda y se caló el gorro frigio. Así disfrazada, nuestra república ha vivido una paradoja constante. Y es por eso que ahora surgen las clases productoras para concluir la obra iniciada por los padres de la república peruana. Sólo superándolos en el esfuerzo, podemos rendir auténtico homenaje a su memoria. Nosotros no asistimos al repique de las campañas, ni envolvemos con inciensos a nuestros héroes. Al contrario, los presentamos desnudos en sus ideas, resucitamos sus verdaderas intenciones y exhibimos sin cobardías el verdadero panorama del Perú para apoyarnos en su ejemplo y prolongar sus esfuerzos cimentando la obra.
La independencia fue principalmente política. No se realizó independencia intelectual. Durante los cien años de vida republicana, hemos vivido de prestado en el mundo de la cultura. Francia o España primero, y Estados Unidos después, nutrieron la mente de nuestras minorías. En instituciones políticas imitaron a la Francia de 1789[1]. En la concepción de la vida, en su orgullo aristocrático, en su desprecio al indio, en el romanticismo intelectual, fueron tributarios de España. Y ahora, esa minoría sigue las huellas del infantilismo saxoamericano. Entre tanto, el verdadero Perú, el fuerte Perú indígena permaneció agobiado, hostilizado por esa misma capa criolla que jamás pudo incorporarse al Estado y a la vida superior. Por eso nuestro movimiento reclama una “peruanización” del Perú, una búsqueda de la verdadera alma nacional. Felizmente el despertar es integral. Se abandonan hoy los campos de la imitación y vemos en las letras y en las artes una vigorosa resurrección nacionalista. Pintores, músicos, novelistas, poetas, autores teatrales se apoyan en lo nacional, en lo indígena o en lo criollo, exaltándolo, ayudándolo a tomar fisonomía exterior.

Pero resta examinar otro aspecto fundamental. La independencia política no involucró la independencia económica. Nosotros sostenemos que aquella sin ésta no es sino una fórmula. ¿De qué vale que sobre la casa de Pizarro flamee la enseña bicolor si por su puerta entra el embajador americano o el embajador inglés a notificar al Estado que no puede aceptar esta o aquella determinación? ¿De qué vale que nosotros cantemos “somos libres” si nuestras riquezas no nos nuestras, si el menor vaivén de la economía mundial nos hace vacilar y nos conduce a la catástrofe económica? La imprevisión, la ignorancia, la estulticia y la inmoralidad de los gobernantes anteriores han ido provocando la situación presente. Somos una réplica nominalmente independiente. En realidad, nuestra economía esta encadenada, esclavizada. Concesiones, empréstitos, riqueza efectiva, todos nuestros resortes vitales están en manos ajenas. A nosotros sólo nos dejaron la garganta para que cantáramos el himno nacional.
Pero ha sonado la hora del resurgimiento nacionalista. Las voces de alerta del aprismo ha sacudido el país de extremo a extremo. Mediante un plan organizador y científico, sin herir la economía nacional ni los intereses extranjeros que constituyen su sistema sanguíneo, afrontaremos la reconstrucción del Estado. Y daremos a nuestra marcha republicana el sentido de una conquista integral de nosotros mismos. Si políticamente hemos dependido de una minoría extranjerizante y jerárquica, hoy conquistaremos el poder para las mayorías nacionales. Si intelectualmente hemos sido siervos de otros centros de cultura, reavivaremos las fuentes surtidoras del espíritu peruano. Y si económicamente hemos sido y somos una colonia, conquistaremos para el porvenir la efectiva posesión de nuestro suelo.
Y así, devotamente, jurando interiormente cumplir con nuestro esfuerzo, celebramos este nuevo 28 de julio que puede ser el prólogo de una histórica transformación.




[1] 1789, año del comienzo de la Revolución Francesa (ECR)

(*) La Tribuna, 28 de julio de 1931; Páginas polémicas, 1ra. edición, pp. 50-53.

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