Por: Alfonsina Barrionuevo
No se sabe de dónde viene la historia que rodea con su encanto el inmueble situado en un andén levantado como un mirador sobre el lugar. Tampoco de quién es la casa que, según me dijeron, pertenece a la Municipalidad y por su romanticismo es uno de los atractivos que atrapa a los viajeros.
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Casa de la Perricholi en Tomaykichwa |
Su fama debía derivar de ser la tierra de doña Isabel de Herrera, abuela de Santa Rosa de Lima, aunque insisten en Miquita o Micaela Villegas. La leyenda de mujeres hechas para el amor viene al parecer de la decisión del pintor limeño Ricardo Flores que se fue a vivir allí por una eternidad. Piel dorada por el polen del día. Ojos pícaros y reilones, con ángel. Labios carnosos, invitadores. Sonrisa llena de misterio, a lo Gioconda. Crenchas perfumadas. Aire que se recrea en su talle hecho para el goce y la maternidad. Andar de reina. No se sabe por qué resortes mágicos es una seductora en complicidad con un sol que quema y un paisaje que embriaga. Toda la aldea respira poesía y erotismo, y no habla más que de sentimientos, de vida, deleites y placer.
Enrique López Albújar afirmaba que fue una hermosa hija del pueblo quien logró que el pintor Ricardo Flores Quintanilla plantara sus raíces en la tierra generosa, aunque él dijo que no. Lo enamoraron los atardeceres con sus crepúsculos incendiados que fue trasladando durante su larga vida a los lienzos con una técnica muy bella, el puntillismo que era muy apreciada en Lima cuando los enviaba para sus exhibiciones.
El escritor estuvo mucho tiempo en Huánuco y fue amigo de don Guillermo Durand, padre de Monseñor Ricardo Durand, Arzobispo de Cusco y cuñado del pintor. Conoció los desesperados esfuerzos de la familia por sacarlo de allí y devolverlo a la capital. Su hermana hasta vendió su fundo sin lograrlo. Así se fue tejiendo la trama de su obra. “El Hechizo de Tomayquichua”.
López Albújar escribió que me atrapó en sus redes amorosas una mujer, me dijo Ricardo Flores, pero confieso que fue su cielo de turquesa y sus colinas de matices cambiantes con parajes de inspiración inagotable. A la inversa se podría decir que es Tomayquichua la que quedó inmortalizada en sus cuadros.
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Publicado en 1943 |
Lima, declaró, no le gustaba. Nació en la antigua calle de Matajudíos, debió ser médico como su padre, hombre de campanillas que fue Decano de la Facultad de Medicina de San Fernando y Ministro de Educación en tiempo de don José Pardo. Senador por Huánuco y el peruano que trajo el primer automóvil desde Francia.
En su infancia ya había estado en Quicacán, la hacienda de los Durand, trepando árboles y cazando pajaritos, sin que nada le moviera a quedarse. Cuando dejó la universidad se dedicó de lleno a la pintura. Su primer maestro fue Teófilo Castillo, el inolvidable autor de “Las Calesas”. Por entonces formó parte del Círculo Artístico, institución predecesora de la Escuela Superior de Bellas Artes.
Podría haberse quedado en Lima recibiendo el aplauso de los entusiastas del arte. Podría estar en París practicando su francés de salón. Pero, prefería la paz aldeana de la tierra fraganciosa de chirimoyos, el árbol emblemático del pueblo, árbol de posturas plásticas, sugerentes, femenino hasta en el tamaño, de madera aterciopelada, de ramas curvas y laxas, a manera de piernas y brazos.
Aunque no lo quiera la famosa leyenda de las tomayquichuinas ha impregnado su vida. Si no es cierto debería serlo, y hasta sus propias hijas, María y Rosa, allí presentes, sonríen ante la posibilidad.
Ellas piensan que vive muy feliz en Waytawasi, “la casa de las flores”. Pasa días de gloria, a una cuadra del río y a unos pasos de un puentecillo colgante que parece de hilachas. La casa es luminosa y acogedora. Un corredor limpio y amable. Una salita apretada donde caben apenas los álbumes familiares con las fotos de damas emperifolladas y señores de bastón y tonguito. La biblioteca donde lee cómodamente en un asiento original. El estudio donde tiene sus bártulos de pintor, mirando al jardín que crece desmañado en un recodo que se desdobla en un “mezzanine” de pencales y maguey.
Su antigua casa de Molino Ragra será un día visitada por los turistas, como dice el doctor Carlos Showing. En ella comienza la historia de su embrujo que, falso o auténtico, pertenece al patrimonio del pueblo. Tanto como la Perricholi, a quien los panfletistas de su época tildaban, con desdén, de “chola huanuqueña”. Ricardo Flores y ella son los personajes de Tomayquichua. Su leyenda multiplica el encanto de la tierra edénica que una vez se hizo mujer para privar la libertad del artista en la más bella de las cárceles.
En los cerros hay una alegre procesión de lilas y azules, un contraste de rojos carmesí, una llamarada de oro, como en el manto de una emperatriz. Contraparte de lejanas campanas y gorjeo de pájaros peregrinos, y de la tierra para el cielo un aroma afrodisíaco que penetra en los poros y acelera los latidos, desbordando ocultas y profundas pasiones. Ansias de vivir, de amar y ser amado.
Jueves, 07 de Agosto de 2008
http://www.terra.com.pe/patrimonio/articulo/html/pat285.htm
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