sábado, 19 de noviembre de 2022

TÚPAC AMARU, EN LA CONSTITUCIÓN

 TÚPAC AMARU, EN LA CONSTITUCIÓN

Por: Andrés Townsend Ezcurra (*)

Un año antes de su bicentenario, José Gabriel Túpac Amaru obtuvo la mayor de sus posibles consagraciones oficiales; ingresó a la Carta fundamental del Perú. Su nombre está expresa y solemnemente invocado
en el Preámbulo de la Constitución de 1979, aquella que nos rige y que alcanzó a firmar, con mano gloriosa y moribunda, Haya de la Torre. Empezó así el Perú a remediar un pertinaz olvido y colocó a Condorcanqui en el puesto que le corresponde, como “iniciador de la gesta de los Libertadores de América, culminada aquí por San Martín y Bolívar”. Estos dos nombres próceres y el de Sánchez Carrión, “fundador de la República”, acompañan al de Túpac Amaru en la cita evocativa de nuestra novísima Carta Magna. Creemos que, fuera de la Constitución de Cuba, donde se menciona a José Martí, ninguna otra carta latinoamericana expresa, de modo tan categórico, la deuda de un pueblo con el protomártir de la independencia continental ni con quienes cuarenta años más tarde, triunfaran allí donde él no pudo triunfar.

Túpac Amaru está galopando de nuevo por los múltiples senderos de la admiración indoamericana. Como en la última década del siglo XVIII, los homenajes vienen de diversos rincones de la Patria Grande. En su tiempo, las nuevas de un rey rebelde, José I, cuyo nombre escoltaban fantásticos señoríos del Gran Paititi y exóticos ducados de la Superlativa, conmovieron ciudades, aldeas, hatos, haciendas y chozas desde los llanos de Colombia y Venezuela hasta el corazón del Virreinato de Buenos Aires. No hubo nombre que se pronunciara, bajo la colonia, con más amplia resonancia sudamericana que el de José Gabriel, continuador, dinástico y rebelde, de la casta de los Yupanqui, monarcas del Cusco, y años más tarde, iniciando el movimiento emancipador de los criollos, las autoridades godas del Rio de la Plata toldaban, despectivamente, de “tupamaros” a las milicias orientales de Artigas (lo que motivó que siglo y medio después, un iconoclasta grupo político uruguayo se acogiera al mote, para acabar dándole un significado terrorista y amedrentador).

¿Y no hay, acaso, en la propuesta formulada al Congreso de Tucumán en 1816 por el argentino Manuel Belgramo, criollo, educado en Europa y figura pulquérrima de la Revolución de Mayo, de una Sudamérica Unida con cap
ital en el Cusco y soberano nativo, un eco distante de las proclamas del sublevado cacique de Tungasuca? ¿No recoge la nostalgia del Incario, que personificó, con las armas de José Gabriel, el proyecto político de una monarquía indiana trazada por Francisco Miranda, contemporáneo y admirador de Túpac Amaru?.

En las jornadas eruditas que se han organizado en Lima por el bicentenario, resalta la insigne presencia de Germán Arciniegas. Colombiano de vocación latinoamericana, Arciniegas es un escritor que combina los no siempre compatibles méritos de la fecundidad con la elegancia. Mi generación leyó con fervor de breviario uno de sus libros primerizos: El estudiante de la Mesa Redonda; y nos sentimos, a través de sus páginas, incorporados activamente a una gran procesión histórica. En los comuneros, resaltó aquel movimiento neogranadino que tantas afinidades tuvo con el de Túpac Amaru y exhumó la figura de un peruano, artesano de Bogotá, conocido como El Limeño, que esparcía novedades inquietantes sobre las hazañas de José Gabriel. En los años que siguieron, Arciniegas ha escrito libros fundamentales para entender a América, con fervor indeclinable de enamorado y lujo enciclopedista de información. Nadie ha escrito sobre nuestra historia en nuestra lengua y en nuestro continente con la clásica perfección de Germán Arciniegas. Que haya estado presente en la evocación de Túpac Amaru resulta simbólico y propicio. Es como si los comuneros del socorro nos hubieran enviado un embajador extraordinario a los homenajes rendidos al vencedor de Suriana.

Ha venido, también, un insigne tupamarista argentino. En cierto modo, su moderno redescubridor: Boleslao Lewin. Conocí a Lewin hace muchos años, en mi destierro juvenil de Buenos Aires. Era pobre, judío y entusiasta. De tan explosivos fermentos, brotaba una personalidad singular y firme de estudioso auténtico. Había encontrado en sus lecturas a Túpac Amaru y el personaje empezaba a fascinarlo con atracción que ha persistido y se ha hecho fundamentada y rica a lo largo de treinta años. Sospecho que Boleslao aprendió su español, al menos en parte, en los manuscritos dieciochescos sobre Túpac Amaru. Argentino por opción, afecto y residencia, trajo a la fiesta de Túpac Amaru el mensaje de aquellos hombres del Rio de la Plata que recibieron, estremecidos, la onda prodigiosa de promesa libertaria que encaminaron Túpac Amaru, Micaela Bastidas y los suyos.

De Bolívar dijo Neruda: “Despierta cada cien años, cuando despierta el pueblo”. El Perú ha tenido que esperar doscientos para que Túpac Amaru vuelva al camino, se le reconozca como el primero de los Libertadores, y se le exalte en su vasta proyección continental. En la imperial ciudad del Cusco, la prometida capital de sus antepasados y hasta Lima, han llegado con ofrenda de sus elogios, Germán Arciniegas, nuevo Cronista Mayor de las Indias nuevas y Boleslao Lewin, polaco peregrino de la verdad histórica.

(*) Artículo publicado en la revista limeña OIGA en 1981.

En: ANDRÉS TOWNSEND. LIBERTAD E INTEGRACIÓN EN AMÉRICA LATINA. Textos esenciales. Hugo Vallenas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario