TÚPAC AMARU, EN LA CONSTITUCIÓN
Por: Andrés Townsend Ezcurra (*)
Túpac Amaru está galopando de
nuevo por los múltiples senderos de la admiración indoamericana. Como en la
última década del siglo XVIII, los homenajes vienen de diversos rincones de la
Patria Grande. En su tiempo, las nuevas de un rey rebelde, José I, cuyo nombre
escoltaban fantásticos señoríos del Gran Paititi y exóticos ducados de la
Superlativa, conmovieron ciudades, aldeas, hatos, haciendas y chozas desde los
llanos de Colombia y Venezuela hasta el corazón del Virreinato de Buenos Aires.
No hubo nombre que se pronunciara, bajo la colonia, con más amplia resonancia
sudamericana que el de José Gabriel, continuador, dinástico y rebelde, de la
casta de los Yupanqui, monarcas del Cusco, y años más tarde, iniciando el
movimiento emancipador de los criollos, las autoridades godas del Rio de la
Plata toldaban, despectivamente, de “tupamaros” a las milicias orientales de
Artigas (lo que motivó que siglo y medio después, un iconoclasta grupo político
uruguayo se acogiera al mote, para acabar dándole un significado terrorista y
amedrentador).
¿Y no hay, acaso, en la propuesta
formulada al Congreso de Tucumán en 1816 por el argentino Manuel Belgramo,
criollo, educado en Europa y figura pulquérrima de la Revolución de Mayo, de
una Sudamérica Unida con cap
ital en el Cusco y soberano nativo, un eco distante
de las proclamas del sublevado cacique de Tungasuca? ¿No recoge la nostalgia
del Incario, que personificó, con las armas de José Gabriel, el proyecto
político de una monarquía indiana trazada por Francisco Miranda, contemporáneo
y admirador de Túpac Amaru?.
En las jornadas eruditas que se
han organizado en Lima por el bicentenario, resalta la insigne presencia de
Germán Arciniegas. Colombiano de vocación latinoamericana, Arciniegas es un
escritor que combina los no siempre compatibles méritos de la fecundidad con la
elegancia. Mi generación leyó con fervor de breviario uno de sus libros
primerizos: El estudiante de la Mesa Redonda; y nos sentimos, a través de sus
páginas, incorporados activamente a una gran procesión histórica. En los
comuneros, resaltó aquel movimiento neogranadino que tantas afinidades tuvo con
el de Túpac Amaru y exhumó la figura de un peruano, artesano de Bogotá,
conocido como El Limeño, que esparcía novedades inquietantes sobre las hazañas
de José Gabriel. En los años que siguieron, Arciniegas ha escrito libros
fundamentales para entender a América, con fervor indeclinable de enamorado y
lujo enciclopedista de información. Nadie ha escrito sobre nuestra historia en
nuestra lengua y en nuestro continente con la clásica perfección de Germán
Arciniegas. Que haya estado presente en la evocación de Túpac Amaru resulta
simbólico y propicio. Es como si los comuneros del socorro nos hubieran enviado
un embajador extraordinario a los homenajes rendidos al vencedor de Suriana.
Ha venido, también, un insigne tupamarista argentino. En cierto modo, su moderno redescubridor: Boleslao Lewin. Conocí a Lewin hace muchos años, en mi destierro juvenil de Buenos Aires. Era pobre, judío y entusiasta. De tan explosivos fermentos, brotaba una personalidad singular y firme de estudioso auténtico. Había encontrado en sus lecturas a Túpac Amaru y el personaje empezaba a fascinarlo con atracción que ha persistido y se ha hecho fundamentada y rica a lo largo de treinta años. Sospecho que Boleslao aprendió su español, al menos en parte, en los manuscritos dieciochescos sobre Túpac Amaru. Argentino por opción, afecto y residencia, trajo a la fiesta de Túpac Amaru el mensaje de aquellos hombres del Rio de la Plata que recibieron, estremecidos, la onda prodigiosa de promesa libertaria que encaminaron Túpac Amaru, Micaela Bastidas y los suyos.
De Bolívar dijo Neruda:
“Despierta cada cien años, cuando despierta el pueblo”. El Perú ha tenido que
esperar doscientos para que Túpac Amaru vuelva al camino, se le reconozca como
el primero de los Libertadores, y se le exalte en su vasta proyección
continental. En la imperial ciudad del Cusco, la prometida capital de sus
antepasados y hasta Lima, han llegado con ofrenda de sus elogios, Germán
Arciniegas, nuevo Cronista Mayor de las Indias nuevas y Boleslao Lewin, polaco
peregrino de la verdad histórica.
(*) Artículo publicado en la
revista limeña OIGA en 1981.
En: ANDRÉS TOWNSEND. LIBERTAD E INTEGRACIÓN EN AMÉRICA LATINA. Textos
esenciales. Hugo Vallenas.
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