POR QUE ME LLAMAN “PRESIDENTE”
(Víctor Raúl Haya de la Torre)
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Víctor Raúl Haya de la Torre Presidente de la Asamblea Constituyente de la República del Perú |
No necesito esforzar la imaginación para
suponer que tal título, así voceado, suscitará protestas envidiosas: “La
envidia, ese cáncer que de España emigró a América y que allí se propagó como
flor azafétida”, dice don Miguel de Unamuno, con palabras más o menos tales.
Pero, válgome de las columnas de El
Tiempo para contar la historia y salvar mis pretensas responsabilidades.
Aconteció en Amsterdam, y luego en Bruselas,
que los diarios me llamaron expresidente del Perú. Pero cuando, en una
conferencia de prensa de la capital belga, esclarecí que yo no había sido
presidente de mi país, vino la respuesta terminante y contundente que es la que
he encontrado repetida cada vez que protesté contra tan honrosa designación:
En la edición de 1953
de la “Encyclopaedia Britannica”, vol. 11, pág. 282, se lee en el artículo
biográfico correspondiente a “Haya de la Torre”, lo siguiente: “En la elección
presidencial de 1931 Haya de la Torre se presentó contra el general Luis
Sánchez Cerro, y el consenso es que el último ganó por métodos deshonestos”.
La autoridad de la “Encyclopaedia
Britannica” es en Europa indiscutida. Y –respondían los periodistas- si usted
fue vencido en una elección “por métodos deshonestos”, es evidente que fue
elegido por su pueblo presidente del Perú. Y, en consecuencia, es usted para
nosotros, que creemos en la voluntad del pueblo como fundamento de la
Democracia, un expresidente del Perú.
Hace poco en la Universidad de Oslo al ser
presentado ante el auditorio del Instituto Latinoamericano, el presidente y
representante comenzó su discurso con la lectura del artículo biográfico de la
“Encyclopaedia Britannica” y me llamó de nuevo, expresidente del Perú. No tuve
ya sino que decir que lo había sido “in partibus infidelium” y que convendría
no volver más sobre el asunto.
Claro está que en mi humilde convicción y en
el hondón intangible de mi conciencia, sé que por dos veces, acaso tres, el
pueblo del Perú votó mayoritariamente por mí y me eligió en conciencia su
mandatario. El 31, incontrastablemente; el 36 cuando los apristas votaron en mi
nombre y eligieron presidente al doctor Eguiguren –a quien el congreso de la
dictadura militar declaró oficialmente inhábil por haber sido elegido por votos
apristas, así como suena- y el 45, cuando el sufragio del pueblo aprista, a mi pedido, consagró
abrumadoramente a Bustamante.
Pero, sin ignorar todo eso, yo que nunca he
desempeñado en el Perú un suelo puesto público –ni el de regidor de municipio-
me he sentido y me siento siempre incómodo cuando el periodista o el profesor
europeos se dirigen a mí con el título de presidente, aunque para mí sea honroso
porque no me lo dio la usurpación, ni el fraude, sino la voluntad del pueblo,
que ahí está, lista a ser probada a la luz de la libertad cualquier día.
Acontece,
esto no obstante, que la titulación de la que apenas puedo librarme dio lugar
un gracioso episodio que voy a relatar:
Visitaba en Suecia la
escuela vocacional llamada “Bergslaget” que estableció cerca de la ciudad de
Falum la cuantiosa donación de un magnate industrial sueco, Johan Ljunberg.
Este legó 30 millones de coronas de 1909, toda su fortuna, destinados al
establecimiento de un colegio modelo para alumnos de ambos sexos, el cual se
halla situado cerca de las plantas siderúrgicas.
Habíamos visitado
todas las instalaciones: las confortables casas para maestros, los amplios
edificios de recreo social de alumnos y profesores, los talleres, las cunas,
los dormitorios, los laboratorios, los amplios y luminosos salones de clase. En
cada sección me habían recibido con extraordinaria fineza los personeros de la
docencia y las masas alegres de alumnos. Pero en cada sección oía yo el mismo
saludo: “Bienvenido, señor presidente”.
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Haya de la Torre: "Discurso - Programa" en la Plaza de Acho de Lima (23-08-1931). |
Al terminar mi
recorrido, los alumnos concentrados en el patio de juego me hicieron un saludo
colectivo, en inglés: “Bienvenido y buen viaje, señor presidente”, dijeron, a
una voz, centenares de ellos. Y luego una delegación de grandes y chicos vino,
con muchas reverencias, a pedirme el favor de los autógrafos.
El rector dispuso que
éstos fueran concedidos por grupos. Uno por cada diez chicos y chicas. Y todo
fue muy bien hasta que apareció un chiquillo de siete años, rubicundiéndome un
“especial” autógrafo para él. “A un futuro ciudadano de los Estados Unidos de
Europa”, le escribí, y él se sintió feliz y me lo expresó con “tussen takke”.
Pero no se marchaba. Por dos o tres veces pedía hablar al oído con el rector y
le demandaba algo que yo no podía saber. Mas, como el rector sonriera cada vez
que le escuchaba y como tratara inútilmente de que volviera a sus filas, al fin
supe lo que el niño pedía.
Le había impresionado
más que nada durante la visita del rey seis meses antes, las charreteras y
cordones dorados de los regios chóferes y lacayos. Y su pregunta insistente al
rector era, en palabras concretas, la que sigue: “¿Por qué el señor presidente
ha traído un chófer de traje negro sin dorados? ¿No tienen sus chóferes un
bonito uniforme?”.
El rector respondió
como pudo. Y el niño me miró como a rey destronado, cuando le explicaron que
los automóviles en que había llegado no eran míos sino de la compañía minera de
Falum”.
Oslo, diciembre de
1954.
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