martes, 20 de junio de 2017

Presidente Haya de la Torre

POR QUE ME LLAMAN “PRESIDENTE”

   (Víctor Raúl Haya de la Torre)
Víctor Raúl Haya de la Torre
Presidente de la Asamblea Constituyente
de la República del Perú
Ando un poco temeroso de que mis compatricios del Perú o Indoamérica, so pretexto de defender la verdad histórica, protesten contra esta manía de la prensa europea de llamarme “expresidente del Perú” y, a la francesa, “Monsieur le president”. O imaginen que yo me asigno el atributo.
   No necesito esforzar la imaginación para suponer que tal título, así voceado, suscitará protestas envidiosas: “La envidia, ese cáncer que de España emigró a América y que allí se propagó como flor azafétida”, dice don Miguel de Unamuno, con palabras más o menos tales. Pero, válgome de las columnas de El Tiempo para contar la historia y salvar mis pretensas responsabilidades.
   Aconteció en Amsterdam, y luego en Bruselas, que los diarios me llamaron expresidente del Perú. Pero cuando, en una conferencia de prensa de la capital belga, esclarecí que yo no había sido presidente de mi país, vino la respuesta terminante y contundente que es la que he encontrado repetida cada vez que protesté contra tan honrosa designación:
En la edición de 1953 de la “Encyclopaedia Britannica”, vol. 11, pág. 282, se lee en el artículo biográfico correspondiente a “Haya de la Torre”, lo siguiente: “En la elección presidencial de 1931 Haya de la Torre se presentó contra el general Luis Sánchez Cerro, y el consenso es que el último ganó por métodos deshonestos”.
   La autoridad de la “Encyclopaedia Britannica” es en Europa indiscutida. Y –respondían los periodistas- si usted fue vencido en una elección “por métodos deshonestos”, es evidente que fue elegido por su pueblo presidente del Perú. Y, en consecuencia, es usted para nosotros, que creemos en la voluntad del pueblo como fundamento de la Democracia, un expresidente del Perú.
   Hace poco en la Universidad de Oslo al ser presentado ante el auditorio del Instituto Latinoamericano, el presidente y representante comenzó su discurso con la lectura del artículo biográfico de la “Encyclopaedia Britannica” y me llamó de nuevo, expresidente del Perú. No tuve ya sino que decir que lo había sido “in partibus infidelium” y que convendría no volver más sobre el asunto.
   Claro está que en mi humilde convicción y en el hondón intangible de mi conciencia, sé que por dos veces, acaso tres, el pueblo del Perú votó mayoritariamente por mí y me eligió en conciencia su mandatario. El 31, incontrastablemente; el 36 cuando los apristas votaron en mi nombre y eligieron presidente al doctor Eguiguren –a quien el congreso de la dictadura militar declaró oficialmente inhábil por haber sido elegido por votos apristas, así como suena- y el 45, cuando el sufragio  del pueblo aprista, a mi pedido, consagró abrumadoramente a Bustamante.
   Pero, sin ignorar todo eso, yo que nunca he desempeñado en el Perú un suelo puesto público –ni el de regidor de municipio- me he sentido y me siento siempre incómodo cuando el periodista o el profesor europeos se dirigen a mí con el título de presidente, aunque para mí sea honroso porque no me lo dio la usurpación, ni el fraude, sino la voluntad del pueblo, que ahí está, lista a ser probada a la luz de la libertad cualquier día.
   Acontece, esto no obstante, que la titulación de la que apenas puedo librarme dio lugar un gracioso episodio que voy a relatar:
Visitaba en Suecia la escuela vocacional llamada “Bergslaget” que estableció cerca de la ciudad de Falum la cuantiosa donación de un magnate industrial sueco, Johan Ljunberg. Este legó 30 millones de coronas de 1909, toda su fortuna, destinados al establecimiento de un colegio modelo para alumnos de ambos sexos, el cual se halla situado cerca de las plantas siderúrgicas.
Habíamos visitado todas las instalaciones: las confortables casas para maestros, los amplios edificios de recreo social de alumnos y profesores, los talleres, las cunas, los dormitorios, los laboratorios, los amplios y luminosos salones de clase. En cada sección me habían recibido con extraordinaria fineza los personeros de la docencia y las masas alegres de alumnos. Pero en cada sección oía yo el mismo saludo: “Bienvenido, señor presidente”.
Haya de la Torre: "Discurso - Programa" en la Plaza de Acho
de Lima (23-08-1931).
A medida que la visita transcurría era mayor la acogida entusiasta de los alumnos. Yo había explicado al rector y a los profesores que mi “presidencia” era sólo simbólica, pero ellos me había dicho que sabían que yo había sido elegido por el pueblo y que así se lo habían dicho a los alumnos. Ocasionalmente supe que yo era el primer visitante “notable” que llegaba a ese lejano centro de trabajo y de educación después de la visita que había hecho el rey de Suecia al mismo colegio en abril del presente año. Estábamos en octubre, y el rector me había advertido que para los muchachos y muchachas mi presencia era como la de un regio enviado de tierras muy lejanas de las cuales se hablaba siempre cual países de leyenda.
Al terminar mi recorrido, los alumnos concentrados en el patio de juego me hicieron un saludo colectivo, en inglés: “Bienvenido y buen viaje, señor presidente”, dijeron, a una voz, centenares de ellos. Y luego una delegación de grandes y chicos vino, con muchas reverencias, a pedirme el favor de los autógrafos.
El rector dispuso que éstos fueran concedidos por grupos. Uno por cada diez chicos y chicas. Y todo fue muy bien hasta que apareció un chiquillo de siete años, rubicundiéndome un “especial” autógrafo para él. “A un futuro ciudadano de los Estados Unidos de Europa”, le escribí, y él se sintió feliz y me lo expresó con “tussen takke”. Pero no se marchaba. Por dos o tres veces pedía hablar al oído con el rector y le demandaba algo que yo no podía saber. Mas, como el rector sonriera cada vez que le escuchaba y como tratara inútilmente de que volviera a sus filas, al fin supe lo que el niño pedía.
Le había impresionado más que nada durante la visita del rey seis meses antes, las charreteras y cordones dorados de los regios chóferes y lacayos. Y su pregunta insistente al rector era, en palabras concretas, la que sigue: “¿Por qué el señor presidente ha traído un chófer de traje negro sin dorados? ¿No tienen sus chóferes un bonito uniforme?”.
El rector respondió como pudo. Y el niño me miró como a rey destronado, cuando le explicaron que los automóviles en que había llegado no eran míos sino de la compañía minera de Falum”.
Oslo, diciembre de 1954.

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