miércoles, 22 de junio de 2022

EL HOMBRE DE LA PAZ

 Prialé: Crónica de una vida sin tregua

El hombre de la paz

                                                                                                  Por: Andres Townsend Ezcurra (*)

La vida longeva y fecunda de Ramiro Prialé es una de las claves del siglo XX en el Perú, y su personal y dramática peripecia ilustra, con luces de paradigma,
los altibajos de la política nacional y las espectaculares contingencias del Partido Aprista, al que sirvió y sirve con una devoción integral y sin desfallecimiento. Estuvo ya el 23 de mayo de 1923 en la insurrecta multitud estudiantil, de las jornadas reformistas, pero sin pertenecer, por su edad, al núcleo que a poco se agrupara en torno a Haya para fundar el APRA. Para 1930 ya militaba en el Partido y su destreza organizadora y paciente fue advertida pronto por Víctor Raúl, quien en 1933, lo ascendió de dirigente estudiantil a Secretario Nacional de Organización. Desde entonces, todo aquel que quisiera escribir una biografía de Prialé tendrá que escribir una historia del aprismo.

Particularmente, una historia de esas angustias, penalidades y persecuciones que ahora parecen fabulosas – y fabuloso viene de fábula - a los jóvenes del Perú y en especial a los jóvenes apristas. A ellos, el simple recuerdo de los años de cárcel que sufrió Ramiro, más los de exilio e ilegalidad, parecerán una increíble novel. Sin embargo, fueron dolorosa y terrible realidad. Los tiranos cambiaban, pero las mazmorras – el Real Felipe, el Sexto, el Frontón, el Panóptico – continúan inmutables su siniestro ejercicio de maldad. Y en sus oscuras ergástulas siempre había una celda reservada para ese incorregible e infatigable “Sectario” llamado Ramiro Prialé.

Nació en Huancayo, la sin blasones, ciudad republicana y democrática, que se formó como feria y se convirtió en centro comercial y que eventualmente acaso llegue algún día a capital del país. Fue Ramiro el primer serrano que ocupó la máxima jerarquía directiva en el APRA, inmediatamente después de Haya de la Torre, y pudo considerarse este hecho como auspicioso signo de integración en un partido que se propuso superar las separaciones regionales y cuya cuota inicial de fundadores marcaba un alto porcentaje de hombres de la costa y del norte.

Ramiro, como todo peruano, junta en su sangre vetas disímiles, sobre el imborrable fondo indígena, que acaso le diera su estoicismo y su callado y sobrio coraje, actuaron los aportes franceses de aquel antepasado que trató, como médico a Bolívar. Diversos legados formativos crearon esta personalidad impar, que tenía bastante de filósofo, algo de humorista y mucho de reciedumbre combatiente.

Si no estaba en prisión, Ramiro estaba en el exilio. Su consagración, cuasi sacerdotal, a sus ideas le daba un aura apostolar que amigos y compañeros de otros países intuían y respetaban. En Panamá, donde vivió, enseñó y estudió, todavía hay grupos intelectuales y políticos de gravitación en ese país, que se identifican entre sí como “los amigos de Ramiro”.

Conocía a fondo su doctrina, pero no aspiró nunca a ideólogo creador, tarea que respetaba en Haya, al que siempre siguió y admiró. Su oratoria, persuasiva y elegante, le ha permitido decir lo que quiere decir, aunque a veces optara, con tacto político, por los caminos de la perífrasis. Sus momentos oratorios más felices, como aquel de 1956 en la Plaza San Martin, cuando dijo y no dijo la consigna electoral de la hora, ocurren cuando la emoción agarrota su voz y la palabra pisa el borde tembloroso de la lágrima.

Sus calidades personales hicieron de Prialé un insustituible Secretario General, sereno y sonriente, noctámbulo e incansable; sus horarios de trabajo no tuvieron nunca limitación fija. Su capacidad de escuchar y atender al hombre común le hizo legendaria y resulta virtud muy apreciada en un líder político actuante en un país de acentuado paternalismo y donde el hombre del pueblo tiene una susceptibilidad a flor de piel, nacida en la experiencia arrogante del trato con los poderosos.

Sintió una gran afinidad con la juventud y ésta supo corresponderle con largueza. A comienzos de 1934, un grupo de jóvenes menores de 20 años, nos juntamos bajo la animación fraterna de este líder a quien sentíamos muy cerca de nosotros. Así nació la FAJ (Federación Aprista Juvenil), “escudo y espada del Partido” en años tormentosos, y antecedente directo de la JAP, la cual heredó un “Código de Acción”, severo y moralista, documento que, en gran parte, inspiró o propuso Ramiro.

Su vocación permanente, casi obsesiva, fue la de conciliar. Siempre buscó y casi siempre encontró – en el Partido, en el Parlamento, en el trato con personeros de otras tendencias y hasta con los adversarios y perseguidores que con él se ensañaron despiadadamente – las formulas de paz y reconciliación. Ha querido siempre un Perú sin odios, sin prisiones, sin “vendettas”, sin canibalismo político.

Para ello gestó la convivencia democrática, que no fue otra cosa que el ensayo de vivir juntos, o sea convivir. Pues lo contrario de vivir juntos es morir juntos, como lo enseña la sangrienta pedagogía del terrorismo.

Fuente: Revista Sí

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