Prialé: Crónica de una vida sin tregua
El hombre de la paz
Por: Andres Townsend Ezcurra (*)
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Particularmente, una historia de esas angustias,
penalidades y persecuciones que ahora parecen fabulosas – y fabuloso viene de
fábula - a los jóvenes del Perú y en especial a los jóvenes apristas. A ellos,
el simple recuerdo de los años de cárcel que sufrió Ramiro, más los de exilio e
ilegalidad, parecerán una increíble novel. Sin embargo, fueron dolorosa y
terrible realidad. Los tiranos cambiaban, pero las mazmorras – el Real Felipe,
el Sexto, el Frontón, el Panóptico – continúan inmutables su siniestro
ejercicio de maldad. Y en sus oscuras ergástulas siempre había una celda
reservada para ese incorregible e infatigable “Sectario” llamado Ramiro Prialé.
Nació en Huancayo, la sin blasones, ciudad republicana y
democrática, que se formó como feria y se convirtió en centro comercial y que
eventualmente acaso llegue algún día a capital del país. Fue Ramiro el primer
serrano que ocupó la máxima jerarquía directiva en el APRA, inmediatamente
después de Haya de la Torre, y pudo considerarse este hecho como auspicioso
signo de integración en un partido que se propuso superar las separaciones
regionales y cuya cuota inicial de fundadores marcaba un alto porcentaje de
hombres de la costa y del norte.
Ramiro, como todo peruano, junta en su sangre vetas
disímiles, sobre el imborrable fondo indígena, que acaso le diera su estoicismo
y su callado y sobrio coraje, actuaron los aportes franceses de aquel
antepasado que trató, como médico a Bolívar. Diversos legados formativos
crearon esta personalidad impar, que tenía bastante de filósofo, algo de humorista y mucho de reciedumbre
combatiente.
Conocía
a fondo su doctrina, pero no aspiró nunca a ideólogo creador, tarea que
respetaba en Haya, al que siempre siguió y admiró. Su oratoria, persuasiva y
elegante, le ha permitido decir lo que quiere decir, aunque a veces optara, con
tacto político, por los caminos de la perífrasis. Sus momentos oratorios más
felices, como aquel de 1956 en la Plaza San Martin, cuando dijo y no dijo la
consigna electoral de la hora, ocurren cuando la emoción agarrota su voz y la
palabra pisa el borde tembloroso de la lágrima.
Sus
calidades personales hicieron de Prialé un insustituible Secretario General,
sereno y sonriente, noctámbulo e incansable; sus horarios de trabajo no
tuvieron nunca limitación fija. Su capacidad de escuchar y atender al hombre
común le hizo legendaria y resulta virtud muy apreciada en un líder político
actuante en un país de acentuado paternalismo y donde el hombre del pueblo
tiene una susceptibilidad a flor de piel, nacida en la experiencia arrogante
del trato con los poderosos.
Sintió
una gran afinidad con la juventud y ésta supo corresponderle con largueza. A
comienzos de 1934, un grupo de jóvenes menores de 20 años, nos juntamos bajo la
animación fraterna de este líder a quien sentíamos muy cerca de nosotros. Así
nació la FAJ (Federación Aprista Juvenil), “escudo y espada del Partido” en
años tormentosos, y antecedente directo de la JAP, la cual heredó un “Código de
Acción”, severo y moralista, documento que, en gran parte, inspiró o propuso
Ramiro.
Su
vocación permanente, casi obsesiva, fue la de conciliar. Siempre buscó y casi
siempre encontró – en el Partido, en el Parlamento, en el trato con personeros
de otras tendencias y hasta con los adversarios y perseguidores que con él se
ensañaron despiadadamente – las formulas de paz y reconciliación. Ha querido
siempre un Perú sin odios, sin prisiones, sin “vendettas”, sin canibalismo
político.
Para
ello gestó la convivencia democrática, que no fue otra cosa que el ensayo de
vivir juntos, o sea convivir. Pues lo contrario de vivir juntos es morir
juntos, como lo enseña la sangrienta pedagogía del terrorismo.
Fuente:
Revista Sí