lunes, 5 de julio de 2021

MANUEL "BÚFALO" BARRETO

"El primero que cayó en Trujillo: Manuel Búfalo Barreto"

Ciro Alegría Bazán

           
Estaba amasado con el barro del suburbio
           y en su sangre había sal de lágrimas proletarias.
           La idea se hacía acción de su brazo
           y en su voz se quejaba el pueblo oprimido.
           Hablaba en media calle de insolencia
           y sus palabras eran fustas
           sobre las carnes seniles de los nuevos
           encomenderos.
           Cuando su brazo señalaba el horizonte,
           el horizonte estaba cerca.
           Sus ojos veían a la justicia social
           más en los bolsillos de todos que los cobres del
           sábado de pago.
           Sus músculos se habían endurecido
           comiéndose los hierros del garage
           y su alma iba prendida al volante de la vida
           en una carrera agónicamente desesperada:
           para él la lucha era el pan del día.
           Así era Búfalo, el que murió el 7 de julio.
           Esa noche que se llenó más aún de sombras
           para proteger a 200 héroes apristas,
           él iba al frente y sus puños erguidos arengaban
           entre un fulgor de machetes campesinos.
           Sus gritos explotaron como granadas
           en el corazón de los defensores de los tiranos
           y las picas, los machetes y los browings,
           que esgrimían la miseria y el coraje,
           se rieron
           -con una trágica risa tinta en sangre-
           de la metralla y de los mauseres.
           En medio de la noche el rumor del combate se elevó
           al cielo
           como un luminoso canto,
           pero él cayó entre la red musical de balas
           y la tierra peruana sintió sobre su regazo un hijo
           suyo.

           Cuando amaneció, a los compañeros vencedores
           les dolió como una herida en el pecho el jefe
           muerto.
           Pero todos vieron que sus ojos,
           fijos en cada uno,
           les decían las mismas palabras que habían
           amado siempre.
           El nuevo camino comenzaba en la senda de su sangre.
           Los rudos militantes de la justicia
           cargaron el cadáver del jefe
           con el alma en los hombros y en las gargantas
           que lo mecían entre recios himnos de
           anunciación.
           Así, en las espaldas del pueblo,
           entró a la historia Búfalo, en Trujillo, el año 32" 


En: La Tribuna. Lima, 17-II-1989, pp. 37

viernes, 18 de junio de 2021

Contra los Sufraguistas

 

CONTRA LOS SUFRAGUISTAS

Manuel A. Seoane Corrales

I

Interesa, fundamentalmente, una transformación en el sistema socio-económico del país, regida por normas científicas de justicia distributiva y de acuerdo a las características del medio.

No se debe equivocar el objetivo de la lucha procurando una inútil reivindicación de fórmulas políticas, que son nada más medios y no fines.

Hay que ir más allá del sufragio y de las instituciones democráticas.

Ambas cosas han constituido el espejismo que entretuvo y esterilizó la acción de la social-democracia, haciéndola luchar por realidades inaplicables al riguroso presente histórico. No debemos caer en el mismo error.

II

Simplistamente parece obvio que, si se otorgan seguridades para la emisión del voto, la mayoría elegirá a individuos que representen y realicen sus aspiraciones. De manera que una transformación social a beneficio del mayor número, sería simple cuestión de honestidad en el sufragio.

¿Pero esto ocurre en los países donde el voto secreto y obligatorio es una realidad? Ciertamente, no.

Es que los defensores del sufragio presuponen resuelto un problema de conocimiento, que no lo está.

La realidad indica que el acto psíquico de votar es un resultado complejo de factores que ejercen coerción subconsciente: la educación, la tradición, la ignorancia, la propaganda, etc., reducen a una mera ilusión la supuesta libertad consciente del votante.

Henri de Man, en su discutible Mas allá del Marxismo dice certeramente: “no es posible gobernar en las asambleas griegas o germanas. Buscando la soberanía parlamentaria nos hemos encontrado con la soberanía de los partidos y queriendo entregar el poder a la opinión pública, lo hemos puesto en manos de los propietarios de los periódicos”.

En estas condiciones, las elecciones honradas sólo se diferencian de las elecciones nuestras, en que unas son actos de prestidigitación e ilusionismo y las otras burdos manotones de poder. La masa, el “número” que dice Barbusse,1 sólo figura en el decorado.

III

Y es que las causas hondas de este problema se confunden con los de la cultura.

El ejercicio del voto en una democracia auténtica es la función más alta que desempeñaría el ciudadano. Asume caracteres realmente sagrados.

Pero como el gobierno de una nación es, actualmente, y cada día más, obra de la ciencia, de especialistas, de alta y sólida cultura, no se podrá votar conscientemente sino se posee un mínimo caudal de conocimientos político-económicos.

Por eso exclama Bernard Shaw en el prólogo de Hombre y Super-hombre: “¿Qué probalidades tendrá la democracia, que necesita a toda una población de votantes capaces, de críticos políticos? ¿Dónde se encontrará hoy tales votantes?. En ninguna parte”.

Y luego añadirá en “Máximas para revolucionistas”: “Si el espíritu inferior puede medir al superior, como un metro puede medir una pirámide, el sufragio tendría razón de ser. Tal como están las cosas, el problema político queda sin solución”.

Sin embargo, el que estuvo un año en primeras letras, como el indiferente que sólo se preocupa de su estómago, como el que no sabe nada de nada, concurrirán a votar, contribuyendo a dar vida al espejismo de que la mayoría se gobierna efectivamente.

Observándolo, Orgaz ya hizo notar que hay una contradicción de especie: el criterio cualitativo del gobierno, con el criterio cuantitativo de las elecciones.

En su sentido profundo, la Democracia se hace Farsa.

IV

Por otra parte, como recientemente, advirtió Ernesto Nelson, mientras la educación se restringe, el sufragio se amplía.

El sistema educacional tiene forma de embudo. Los requisitos que exige Estado, el carácter exclusivamente racionalista de las calificaciones, las deficiencias del sistema y sobre todo las dificultades en la lucha por la vida, van raleando, segura y lentamente, las nutridas filas de alumnos de las escuelas primarias para destilar apenas unas decenas que cumplen un ciclo de cultura superior. Y estas mismas decenas surgen domesticadas por el carácter tendencioso de la educación actual o por sus claras conveniencias individuales.

¡Qué moldeable aparece así la masa y qué instrumento falaz y utilísimo el sufragio!

Por eso cada vez es más extenso el círculo de votantes y por eso las mujeres van encontrando menos obstáculos para sus exigencias. En nombre de una igualdad a priori no se vacila en invitar a un proceso de elección, cualitativo, a los que no aportan cualidades específicas. Con igual engañifa sentimental o calculada podría someterse a votación los grandes enigmas de la ciencia.

Mientras la política sea, y lo será quizás siempre, una tarea de especialistas, el sufragio universal tiene relativa validez. En todo caso, es admisible el pronunciamiento sobre las líneas generales de la política. Pero para eso es menester, al mismo tiempo que otorgar el voto, otorgar las oportunidades de cultura.

¿Iniciar entonces la conquista de la cultura, como antes se hizo con la conquista del sufragio universal? Advirtamos que sí aquella es actualmente monopolio del Estado, hay que acometer la conquista de este, por el camino que esté expedito.

V

Hablar de una transformación peruana a base del voto, es risible. Nuestro analfabetismo, por si desapareciese la acción interesada de la clase dominante, es sencillamente trágico.

Nuestra fórmula tiene que ser otra.
Debe interesarnos el fin y no el medio. O sea la adaptación del régimen social a la justicia. Cuando la sociedad haya cambiado, se podrá invertir el embudo burgués. Y la educación íntegra, para los más. Entonces sí, adquirida conciencia plena en cada ciudadano, el sufragio será expresión del gobierno consciente de la mayoría. Recién habrá nacido la Democracia.

Si nace.


Buenos Aires, agosto de 1928

Amauta (Lima) 3:18 (setiembre de 1928): pp. 78-81.

lunes, 18 de enero de 2021

LOS PARTIDOS SE SUICIDAN

 LOS PARTIDOS SE SUICIDAN

Por: Luis Alberto Sánchez (*)

La circunstancia de haberse producido un malentendido en el seno del Partido Aprista Peruano, famoso por su disciplina y su unidad, mantenidas indeclinablemente durante más de 40 años, ha hecho pensar a muchos que la hora del APRA habría pasado o que la amenaza la muerte por división: vaticinio excesivo.

Es un hecho que, por lo menos durante 20 años, el APRA fue perseguida a muerte en el Perú y que la misma vida de su fundador y jefe Haya de la Torre estuvo en serio peligro. Es también un hecho que alrededor de 5 mil apristas fueron asesinados públicamente en las jornadas de 1931-33. Sin embargo éstos y otros intentos de persecución y de corrupción no lograron tener éxito. El APRA creció hasta llegar a triunfar en 1962 y también en 1978. El declive posterior es efecto de una coyuntura intempestiva: la muerte de su jefe y la diáspora provisional de algunos de sus principales seguidores.

En realidad, hay que repetirlo, a los partidos fuertes ideológica y estructuralmente, no los matan la persecución ni las infiltraciones, los partidos fuertes mueren por suicidio, es decir, por acciones u omisiones de sus propios miembros como ha ocurrido en varios casos en América. Quisiéramos referirnos a uno de esos casos: el radicalismo argentino.

Hacía 1890, Leandro S. Alem fundó en Buenos Aires el partido llamado Unión Cívica. Tenía por objeto rescatar de manos de la oligarquía porteña el poder a que tenían derecho los hombres de clase media, los hijos de la vasta inmigración extranjera. Alem fracasó en el intento de tomar el poder por la fuerza y orientó su partido hacia la espera fecunda. Un pariente suyo, Hipólito Irigoyen, maestro de escuela, quiso dar un sesgo más violento al partido y fundó la fracción Cívico Radical. Era 1896: Leandro Alem convocó en su domicilio, una noche, a sus mejores amigos. Les esperaba un mensaje, pero Alem había salido hacia el club. No llegó: se pegó un tiro dejando un testamento político en el cual se vierten palabras reveladoras, por ejemplo: La Unión Cívica se rompe pero no se dobla y adelante los que quedan. El partido no sucumbió; sí, su fundador; pasaron los años, y sólo en 1912 se promulgó la ley estableciendo el voto secreto que en 1916 llevó al gobierno al partido radical.

La Política Radical había sido la de abstenerse sistemáticamente mientras no hubiera voto secreto. El gobierno Radical fue alcanzado por Hipólito Irigoyen quien gobernó hasta 1922, y después lo siguió Marcelo De Alvear, quien en 1928 fue seguido nuevamente por Irigoyen. Pero se creó otra división: la de los personalistas, con Irigoyen, y las de los antipersonalistas aristocratizantes, con Alvear. En estas condiciones ocurrió el golpe de estado de 1930. Empero en 1938 hubo un nuevo repunte radical y otro en 1958. Mas ya la demagogia peronista había copado los estratos sociales más bajos e inaugurado una política social que, buena o mala, no había sido practicada por el radicalismo más político que social. Con todo el partido radical subsiste, pese a sus 2 intentos de suicidio: uno con Alem y otro con el retorno de Irigoyen, demasiado viejo ya para encarar la nueva realidad.

Igualmente el partido liberal colombiano estuvo a punto de suicidarse cuando, en 1946, soportó la división entre Gabriel Turbay y Gaitán. Acción Democrática de Venezuela estuvo al borde del suicidio cuando en 1968 encaró la escisión encabezada por Beltrán Prieto. Los ejemplos podrían multiplicarse.

Es evidente, pues, que los partidos no mueren de muerte natural sino por suicidio, y la división es una forma de suicidio. Evitarla resulta una práctica sagaz, que ningún partido debe olvidar, mucho menos el APRA que tributó culto permanente a la unidad monolítica de que fue expresión y jefe Haya de la Torre. Tal circunstancia obliga a pensar que las actuales dificultades apristas deberán solucionarse en un franco retorno a esa unidad, y que, por experiencia propia y ajena, ese partido sabe de la autenticidad del mensaje final de Haya: Unidos lo podemos todo; desunidos no podremos nada. Los apristas deben tener grabado en el fondo de sus conciencias este mandato imperativo del viejo y gran luchador, cuya sombra se extiende no solo sobre su partido, sino sobre la obra democrática de su país y aun de América.

Es un hecho lo último. Nuestros países requieren para su desarrollo total no solamente enriquecer sus respectivas infraestructuras, sino también sus estructuras y sus superestructuras; la política es una de éstas.

No siempre se comienza por la infraestructura, la educación, por ejemplo, resulta estructural y al mismo tiempo forma parte de la infraestructura de una nación bien concebida y desarrollada; la política también. Una república sin partidos coherentes y vigorosos resulta una provocación a la anarquía y, por tanto, al desborde de otros intereses sobre ella. Los partidos políticos bien organizados estabilizan a las sociedades, son un muro de contención a los desbordes del poder público, agrupan a la civilidad y preservan de los excesos de las Fuerzas Armadas, son el alimento y el objetivo de la democracia. De consiguiente, la unidad de los partidos es tan necesaria que, como muestra, en el Uruguay la ley permitía la fragmentación partidaria, pero no admitía la de los lemas, y así todas las variantes del Partido Colorado o del Partido Blanco tenían actividad y representación como unidades, pero el lema predominaba sobre sus variedades dando solidez al régimen democrático. El interés nacional y, aún más continental en torno de las actuales y pasajeras peripecias del APRA es una confirmación de lo dicho. No se puede jactar de ser democrático y buscar la ruptura interna de los factores fundamentales de la democracia, como son los partidos políticos. En el caso del APRA, perdido el cayado del pastor, se están gestando nuevas formas estructurales y, sin duda, un sistema plural, parecido al colegiado, como es el que adoptó Yugoslavia después de la muerte de Tito y, en parte, España, después de la muerte de Franco. A falta de una voluntad poderosa y única se impone la vigencia de varias voluntades convergentes y disciplinadas, constituidas en un bloque unitario equivalente a una personalidad. De no hacerlo así, la behetría pondría fin a quien la padeciera con grave daño para los émulos, vecinos y copartícipes en la vasta empresa de restablecer o crear una democracia auténtica.

(*). “CARETAS” N° 631. 12/01/81