domingo, 30 de abril de 2017

EL MONUMENTO A TÚPAC AMARU

EL MONUMENTO A TUPAC AMARU

Por: Víctor Raúl Haya De La Torre

Dib. de M. Cajahuaringa
Hay tres o cuatro memorias gloriosas y auténticamente revolucionarias en el Perú, que sería mejor no profanar con homenajes que resultan sarcasmos. La de Túpac Amaru es una de ellas. Es preferible ver olvidado su nombre ahora –que ya resurgirá un día como bandera iluminada de rebelión- a verle honrado en época como ésta. Vale más que se siga diciendo a los niños en las escuelas lo que yo oí a un fraile en la mía: “Fue un indio hereje y bandido”. Mientras la raza por cuya libertad él luchó no resurja; mientras no logre la justicia por su mano o por su rifle, más vale impedir que quienes representan “la institución legal” de la esclavitud del indio, se alcen en un gesto de opereta para saludar la memoria de aquél  que si viviera caería hoy más que antes quizá en la persecución y en el suplicio.[i]
Nadie puede dudar que Túpac Amaru fue un precursor de la libertad de su raza, y no de esta otra “libertad” que celebra la tiranía con pompas de recurso político, para hacer olvidar crímenes de despotismo. Cada vez sabemos mejor que nuestra independencia de España fue una victoria  de los “españoles de aquí” contra “los españoles de allá”, y que los que quedaron aquí son tan malos o peores que los de allá. La literatura chauvinista y de paga fiscal habla de “libertad” genéricamente, pero lo que Unamuno llama la “infra-historia”, lo que está más allá de los textos, que es grito profundo de verdad surgido de la sabiduría dolorosa del pueblo, esa, sabe bien –y cada día con más certeza que la libertad fue sólo para los “decentes” y que quienes tenían derecho a reconquistarla –el indio en primer lugar- quedaron tan esclavos y tan envilecidos como antes.
Y que el indígena, a pesar de la campaña de animalización sistemática que desarrollan sobre él gobiernos y gamonales –dos palabras que encierran un mismo concepto en el Perú-, conserva esa maravillosa intuición de su destino, lo prueba su perenne estado de rebelión, esa rebelión que hasta en sus gestos más humildes traza un rictus trágico, terrible. ¿Y qué prueba más inequívoca que los centenares de ellos que mueren con silencioso heroísmo en esas masacres sombrías  que en los últimos años se realizan casi cada tres meses?.

En un cuento de don Ventura García Calderón, que leí no sé en donde, hay una oración final, complementaria de una frase de elegante combinación fonética, que dice así, refiriéndose a nuestro indígena: “la raza que nunca supo sublevarse”. El señor García Calderón, como la mayor parte de los literatos limeños o “alimeñados”, ignora la tragedia de esa raza, que justamente “siempre ha sabido sublevarse”. El señor García Calderón conoce mejor, seguramente, el número de víctimas  de las matanzas de Armenia que el de las masacres trimestrales, que en los últimos cinco años arrojan un total pavoroso en las sierras peruanas. Y no se llame a ignorante quien no encuentre esas noticias y datos sangrientos en los diarios del Perú, porque hay muchos “motivos” que autorizan  su silencio, pero bien sabido es que en la prensa yanqui e inglesa aparecen frecuentemente informes precisos “confirmados” por el consabido “desmentido oficial”.
Nadie puede dudar que Túpac Amaru, su figura, su vida maravillosa, no concuerdan con esta hora del Perú. Una capilla para la tumba de Pizarro, con mosaicos de oro, está muy bien. Ninguna época mejor para la apoteosis del conquistador y destructor del gran imperio comunista del viejo Perú. Porfirio Díaz no se atrevió a glorificar a Cortés, porque el pueblo mexicano tiene muy arraigado el amor a su raza indígena y el odio a sus verdugos que vinieron de España. Pero si hubiera podido, Díaz, que tuvo la fiebre de levantar palacios y pavimentar calles y erigir monumentos –característica de una clase de tiranos, según Bunge-, habría elevado una estatua magnífica a Cortés, que, según las crónicas, fue “más culto y clemente que Pizarro”. Pero, repito: el homenaje al hombre que ordenó la muerte del último inca es un homenaje lógico de este momento y está muy bien que Lima lo rinda…
Pero a Túpac Amaru se le profana levantándole una estatua. Primero habría siquiera que revalidar el significado de la estatua en el Perú, derribando algunas… [ii]. Sólo entonces. Pero para tal día ya se habrá derribado muchas otras cosas, baja la inspiración del gran rebelde. El homenaje de México a Cuauhtémoc no tuvo significado alguno hasta que Emiliano Zapata no cumplió “la revancha” del indígena contra los explotadores que amparaba el porfirismo. Hasta 1910, el monumento al último emperador no tuvo significación que hoy tiene, y no se olvide que Díaz era medio indio, y en una época indudablemente gloriosa de su vida, cuando la guerra contra los franceses, representó la defensa de su raza.
Infructuosa ejecución a Túpac Amaru II. 
Yo creo que en el Perú estamos en la hora de levantar estatuas al fraile Valverde, al conde de Lemos, a Areche, a Riva Agüero y a Torre Tagle. Es la hora de pedir a los escultores inspiración en las gorgueras virreinales, en las sotanas, en las espadas manchadas de sangre indígena. Como se está usando levantar estatuas en vida, también ciertas modernas charreteras “cubiertas de gloria” en las batallas campales contra obreros indefensos pueden servir de motivo para la fiebre de homenajes.
¿Por qué no dejar tranquilos, esperando que sus sueños magníficos se cumplan, a figuras admirables, como las de nuestros grandes rebeldes populares?. Yo no podré olvidar que durante el último centenario de Olaya vi la estatua del indio heroico, en Chorrillos, adornada con escalas de apagar incendios sobre las que un escudo español y otro nacional completaban el exorno. ¡Y Olaya fue fusilado con feroz crueldad por los españoles! Pero así se trafica. Juan Vicente Gómez realiza cada año pomposas ceremonias ante la tumba de Bolivar y es ahí donde él pronuncia aquellos celebérrimos discursos en que se declara “víctima de amenaza de muerte” y llora su rabia contra la mano misteriosa y justiciera que se hundió en el corazón del hermano de ese monstruo que ampara el capitalismo yanqui.
Más tarde, más tarde vendrá el homenaje del pueblo libre del Perú a los pocos rebeldes de su historia. Quizá si el más grandioso monumento a la rebeldía del indio, de la sierra y de la costa, debiera ser elevado “a la memoria de los millares de víctimas indígenas del dominio colonial y a la de los miles de víctimas indígenas, obreros y campesinos del dominio republicano”.
Pero sólo entonces…
Berlín, 1924.



[i] Leguía tiene tres estatuas en Lima.
[ii] El 19 de julio de 1783, Diego Cristóbal fue condenado por don Gabriel de Avilés y el Oidor don Benito de la María Linares (el ex asesor de Areche) a pena de muerte, “y la justicia que se manda a hacer es que sea sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de pregonero que manifieste su delito; siendo conducido en esa forma, por las calles públicas acostumbradas, al lugar del suplicio, en el que, junto a la horca, estará dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que allí, a vista del público sea atenazado, y después colgado por el pescuezo, y ahorcado hasta que muera naturalmente, sin que allí le quite persona alguna bajo la misma pena; siendo después descuartizado su cuerpo, llevada la cabeza al pueblo de Tungasuca; un brazo a Lauramarca, el otro al pueblo de Carabaya; una pierna a Paucartambo; otra a Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino de la Caja de Agua de esta ciudad (Cuzco), quedando confiscado sus bienes para la Cámara de S. M., y sus casas serán arrasadas y saladas, practicándose esta diligencia por el corregidor de la provincia.