EL MONUMENTO A TUPAC AMARU
Por: Víctor Raúl Haya De La Torre
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Dib. de M. Cajahuaringa |
Nadie puede dudar que
Túpac Amaru fue un precursor de la libertad de su raza, y no de esta otra
“libertad” que celebra la tiranía con pompas de recurso político, para hacer
olvidar crímenes de despotismo. Cada vez sabemos mejor que nuestra
independencia de España fue una victoria de los “españoles de aquí” contra “los
españoles de allá”, y que los que quedaron aquí son tan malos o peores que los
de allá. La literatura chauvinista y
de paga fiscal habla de “libertad” genéricamente, pero lo que Unamuno llama la
“infra-historia”, lo que está más allá de los textos, que es grito profundo de
verdad surgido de la sabiduría dolorosa del pueblo, esa, sabe bien –y cada día
con más certeza que la libertad fue sólo para los “decentes” y que quienes
tenían derecho a reconquistarla –el indio en primer lugar- quedaron tan
esclavos y tan envilecidos como antes.
Y que el indígena, a
pesar de la campaña de animalización sistemática que desarrollan sobre él
gobiernos y gamonales –dos palabras que encierran un mismo concepto en el
Perú-, conserva esa maravillosa intuición de su destino, lo prueba su perenne
estado de rebelión, esa rebelión que hasta en sus gestos más humildes traza un
rictus trágico, terrible. ¿Y qué prueba más inequívoca que los centenares de
ellos que mueren con silencioso heroísmo en esas masacres sombrías que en los últimos años se realizan casi cada
tres meses?.
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Nadie puede dudar que
Túpac Amaru, su figura, su vida maravillosa, no concuerdan con esta hora del
Perú. Una capilla para la tumba de Pizarro, con mosaicos de oro, está muy bien.
Ninguna época mejor para la apoteosis del conquistador y destructor del gran
imperio comunista del viejo Perú. Porfirio Díaz no se atrevió a glorificar a
Cortés, porque el pueblo mexicano tiene muy arraigado el amor a su raza
indígena y el odio a sus verdugos que vinieron de España. Pero si hubiera
podido, Díaz, que tuvo la fiebre de levantar palacios y pavimentar calles y
erigir monumentos –característica de una clase de tiranos, según Bunge-, habría
elevado una estatua magnífica a Cortés, que, según las crónicas, fue “más culto
y clemente que Pizarro”. Pero, repito: el homenaje al hombre que ordenó la muerte
del último inca es un homenaje lógico de este momento y está muy bien que Lima
lo rinda…
Pero a Túpac Amaru se
le profana levantándole una estatua. Primero habría siquiera que revalidar el
significado de la estatua en el Perú, derribando algunas… [ii]. Sólo entonces. Pero para
tal día ya se habrá derribado muchas otras cosas, baja la inspiración del gran
rebelde. El homenaje de México a Cuauhtémoc no tuvo significado alguno hasta
que Emiliano Zapata no cumplió “la revancha” del indígena contra los explotadores
que amparaba el porfirismo. Hasta 1910, el monumento al último emperador no
tuvo significación que hoy tiene, y no se olvide que Díaz era medio indio, y en
una época indudablemente gloriosa de su vida, cuando la guerra contra los
franceses, representó la defensa de su raza.
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Infructuosa ejecución a Túpac Amaru II. |
¿Por qué no dejar
tranquilos, esperando que sus sueños magníficos se cumplan, a figuras
admirables, como las de nuestros grandes rebeldes populares?. Yo no podré
olvidar que durante el último centenario de Olaya vi la estatua del indio
heroico, en Chorrillos, adornada con escalas de apagar incendios sobre las que
un escudo español y otro nacional completaban el exorno. ¡Y Olaya fue fusilado
con feroz crueldad por los españoles! Pero así se trafica. Juan Vicente Gómez
realiza cada año pomposas ceremonias ante la tumba de Bolivar y es ahí donde él
pronuncia aquellos celebérrimos discursos en que se declara “víctima de amenaza
de muerte” y llora su rabia contra la mano misteriosa y justiciera que se
hundió en el corazón del hermano de ese monstruo que ampara el capitalismo
yanqui.
Más tarde, más tarde
vendrá el homenaje del pueblo libre del Perú a los pocos rebeldes de su
historia. Quizá si el más grandioso monumento a la rebeldía del indio, de la
sierra y de la costa, debiera ser elevado “a la memoria de los millares de
víctimas indígenas del dominio colonial y a la de los miles de víctimas
indígenas, obreros y campesinos del dominio republicano”.
Pero sólo entonces…
Berlín, 1924.
[i]
Leguía tiene tres estatuas en Lima.
[ii]
El 19 de julio de 1783, Diego Cristóbal fue condenado por don Gabriel de Avilés
y el Oidor don Benito de la María Linares (el ex asesor de Areche) a pena de
muerte, “y la justicia que se manda a hacer es que sea sacado de la cárcel
donde se halla preso, arrastrado a la cola de una bestia de albarda, llevando
soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de pregonero que
manifieste su delito; siendo conducido en esa forma, por las calles públicas
acostumbradas, al lugar del suplicio, en el que, junto a la horca, estará
dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que allí, a vista del
público sea atenazado, y después colgado por el pescuezo, y ahorcado hasta que
muera naturalmente, sin que allí le quite persona alguna bajo la misma pena;
siendo después descuartizado su cuerpo, llevada la cabeza al pueblo de
Tungasuca; un brazo a Lauramarca, el otro al pueblo de Carabaya; una pierna a
Paucartambo; otra a Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el
camino de la Caja de Agua de esta ciudad (Cuzco), quedando confiscado sus
bienes para la Cámara de S. M., y sus casas serán arrasadas y saladas,
practicándose esta diligencia por el corregidor de la provincia.